domingo, 20 de abril de 2008

LA CIENCIA DE LA FELICIDAD

LA CIENCIA DE LA FELICIDAD

“¿Un recuerdo es algo que poseemos o algo que perdimos? ”
La Otra Mujer
Woody Allen

Psicólogos británicos afirman que han deducido una fórmula para medir uno de los grandes misterios de la humanidad: la felicidad. Por su parte, los economistas deciden incorporar la medición de la felicidad para orientar las políticas de Estado. Constatan que las cifras de crecimiento económico, del PBI, del ingreso per capita, confort doméstico, acceso al automóvil, a bienes de consumo, las mediciones tradicionales de la economía, no son suficientes. Todos estos parámetros pueden mejorar y la felicidad de los ciudadanos: brillar por su ausencia.
Richard Layard, autor del libro “La Felicidad: Lecciones de una Nueva Ciencia”, es uno de los economistas más conocidos en el Reino Unido y es uno de los representantes de esta tendencia contemporánea. Richard Layard según Eric Laurent [1]es el principal exponente de esta nueva orientación de la política. Un “reformador social” que pareciera actualizar el deseo moralista de los pioneros de las ciencias económicas. En el Sacrificio y la Envidia Jean Pierre Dupuy sostiene que Adam Smith como filósofo moral de la Teoría de los Sentimientos Morales no abandona su posición moralista al escribir Riqueza de las Naciones, escrito catorce años después, sino que la mantiene.
La economía según esta orientación actual deberá atender los distintos condimentos de la felicidad del hombre, por ejemplo, el trabajo. Se establecen políticas que tienden a que las personas recuperen su condición de trabajadores y no sólo su situación económica. Dice Laurent, se piensa al trabajo como una terapia comportamental. Para ello, por un lado, se los incentiva con mejores remuneraciones, el viejo ardid de la zanahoria por delante; y, por otro, se le quitan las indemnizaciones a quienes se resisten a trabajar. Incentivos y castigos como ejes motivacionales hacen que las lindas palabras dejen su lugar a la crudeza de siempre en el mundo civilizado, aunque el telón de fondo sea, con las mejores intenciones: la búsqueda de la felicidad.

La idea de que toda la política se debe orientar hacia la felicidad de la gente es atractiva en una primera mirada pero hay objeciones que podrían considerarse graves. Por ejemplo, está comprobado por estudios científicos que las personas son “más felices” cuando viven en comunidades homogéneas, en comunidades donde no merodean a su alrededor personas diferentes (en su raza, religión, condición social, etc.) Si los estudios revelan mejores índices de felicidad, y la política se orienta en estos datos: los estados deberían propiciar la exclusión de los diferentes. En otras palabras, la política orientada a la felicidad colisiona con los principios universalistas de la política, en principio, no segregativos.
El saludable olvido.
Se comprobó “científicamente” que olvidar las experiencias penosas promueve la felicidad. Las personas que olvidan los sucesos penosos de su vida son más felices que los que no olvidan. Este hallazgo también tiene consecuencias sobre la orientación política. En definitiva, si se sigue este postulado para lograr la felicidad se caerá, necesariamente, en una política de olvido. Olvido de aquellas representaciones penosas que según el estudio producen infelicidad. Como se verá esta cuestión choca con algo que podría considerarse, intuitivamente, esencial al ser humano. De hecho, las políticas de olvido por parte de los Estados se distancian de las personas, de los pueblos que mantienen vivos sus recuerdos por más dolorosos que estos sean. Ese pasado, esas historias que, según creen y sienten, construyen su identidad.
La ciencia en la búsqueda de la felicidad.
En estudios de laboratorio se verifica que las vivencias placenteras “felices” tanto como las vivencias displacenteras “infelices” activan determinadas localizaciones cerebrales. Pero la localización cerebral de la felicidad en los seres humanos tiene bemoles que desafían la simplificación. Imaginemos por un instante la posición de alguien en situación de duelo. Se podría localizar el área cerebral afectada y hasta la base neuroquímica de la afección inducida por el recuerdo penoso. Una vez detectada la zona afectada, más precisamente, la zona cerebral activada por el recuerdo de una vivencia penosa, y encontrar un modo de desactivar la zona. De esta manera desactivar el malestar que el recuerdo penoso provoca. Si fuera factible, entonces, lograr la felicidad por un sendero paralelo a la experiencia humana la pregunta que surge es ¿Sería ético?
La resistencia al olvido.
Tuve oportunidad de hablar con una madre que perdió a su hijo. Veinte años después de aquella muerte que conmovió su existencia, veinte años habían pasado y no podía olvidar. “Tengo que vivir con esa herida” me dijo. Acaso no sería conveniente que lo olvide, me pregunté. Acaso no estaría mejor, “más feliz” si pudiera olvidar. O que pudiera recordar sin que el recuerdo tenga el peso del dolor.
No hacía falta preguntar. No hacía falta esperar su respuesta. Ella no aceptaría. Ella no aceptaría extirpar sus recuerdos penosos y supe, lo intuí casi sin pruebas que en este dilema se escondía el misterio de la condición humana. Sí, lo admito, esa mujer sería otra si pudiera olvidar o si al recordar no sintiera dolor. En este punto, tanto ella como yo sabíamos que la concepción misma del ser humano se trastocaría de seguir ese camino… y de allí su resistencia.
La felicidad en la ciencia ficción.
Eternal Sunshine of the Spotless Mind, (Eterno resplandor de una mente sin recuerdo) el filme de Michel Gondry escenifica esta cuestión. En la trama ficcional es factible borrar los malos recuerdos en un laboratorio: un amor no correspondido, un recuerdo penoso de la infancia, un mal encuentro, etc. Todo es posible olvidar, pero lo interesante del film es que muestra que una vez extirpado el recuerdo existe una resistencia, un retorno. Un “más allá del recuerdo” que resiste e insiste.
Quizás lo que insiste, pensé, sea esa extraña relación de lo que somos en tanto que indescifrables, en tanto que repetición de un sinsentido original, íntimamente singular… esa especial hechura humana que resiste en su singularidad a cualquier receta o fórmula de la felicidad.
Fernando Abelenda
fabelenda@arnet.com.ar


[1] , Delegado General de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, AMP.

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